La prostitución en zonas mineras

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La minería ha sido, desde siempre, uno de los negocios más importantes dentro del sector secundario. La extracción de diversos materiales ha permitido la obtención de materias primas y con ella, también la propia evolución de nuestro mundo, de nuestra especie. No en vano, la Revolución Industrial del siglo XIX viene marcada por el uso del carbón como principal materia prima en todo el mundo. Y para conseguirlo, miles de minas se abrieron en todos los rincones del planeta, en unas condiciones que, por supuesto, no siempre eran las perfectas. El trabajo en la mina siempre es duro, y solo los hombres más fuertes y resistentes pueden soportarlos. Además, se exponen al peligro de derrumbes, explosiones y escapes de gas, todo ello por un salario que muchas veces ni siquiera era digno. Los que verdaderamente ganaban con esto eran los que movían luego las materias primas y se hacían de oro con ellas, a veces literalmente.

La minería de carbón ya no es hoy por hoy tan importante como hasta hace unas décadas, pero sigue habiendo yacimientos de otro tipo de materiales activos en todo el mundo. Desde las minas de oro, plata o diamante, hasta los propios pozos petrolíferos en el Golfo Pérsico y el Mar del Norte. Lugares muchas veces aislados donde estos trabajadores deben vivir, casi sin descanso, durante semanas e incluso meses. Totalmente solos, sin sus parejas, sin sus familias, teniéndose solo a ellos mismos como compañía… y a algunas chicas locales. Alrededor de excavaciones mineras siempre se han levantado ciudades y poblaciones para atender a estos trabajadores. Pueblos que luego han ido creciendo con el tiempo, hasta hacerse enormes en algunos lugares concretos. Allí, los trabajadores encontraban un techo sobre el que dormir, y también algunos locales donde comprar y divertirse. El primer de ellos, una taberna, para saciarles cuando terminasen sus duras jornadas de trabajo. Y alrededor de la taberna, siempre pululando, unas cuantas chicas que habían venido con la intención de hacerles pasar un buen rato. Algunas de la propia región, otras llegadas desde muy lejos, las prostitutas sabían que las zonas mineras eran nichos de mercado seguros.

Una relación simbiótica

Pocos negocios han tenido una relación tan estrecha y simbiótica a lo largo de las décadas como la prostitución y la minería. Como decimos, este trabajo es mayormente masculino, ya que se requiere de mucha fuerza y resistencia para trabajar ahí abajo, picando piedra. Los hombres deben viajar constantemente allí donde haya un yacimiento, y tal vez estén meses o incluso años fuera de casa. Incluso los que tienen pareja o familia se ven abocados a caer en la tentación del deseo, especialmente cuando las chicas empiezan a llegar a la zona, sabiendo que encontrarán clientes seguros. Allí donde se abría una mina, al poco tiempo había una taberna dispuesta a servir como tapadera perfecta para el negocio de la prostitución.

De hecho, hoy en día sigue siendo así en muchas de estas zonas, incluso en países donde la prostitución es ilegal y está perseguida. Ya en tiempos pasados se señalaba a estas mujeres y se las estigmatizaba, como lo más bajo de la sociedad. Sin embargo, se entendía que su trabajo era un “mal menor”, un mal necesario para que los hombres pudieran desfogarse después de pasar todo el día trabajando. Echaban de menos a sus esposas, y su ímpetu sexual podría llevarles a buscar una alternativa para el sexo, llegando a la agresión sexual con las mujeres “decentes” de la zona. Por eso, la existencia de un burdel o de una taberna llena de prostitutas era tolerada, en cierto modo, incluso por aquellos que lo veían con malos ojos. Desde las minas de Sudamérica a las del Viejo Oeste americano, pasando por las de Reino Unido o África, en todas encontramos cerca a estas trabajadoras sexuales.

Burdeles en ciudades mineras

Como ya comentábamos arriba, en muchas ocasiones la apertura de una mina daba lugar también a la aparición de numerosos negocios alrededor. Llegaban muchos hombres desde fuera, para vivir allí por muchos meses, y debían comprar y consumir. Las ciudades mineras crecieron, a partir del siglo XIX, en muchos lugares de todo el mundo, alrededor de ese lugar de extracción de materiales. Y los burdeles abundaban también en las cercanías de la zona, para permitir a los mineros disfrutar de un rato de placer después del trabajo. Seguramente, el único negocio que prosperó tanto en estas ciudades fue el de la venta de cerveza y whisky, y muchas veces también estaba relacionado con el de la prostitución.

Prohibición del trabajo sexual

En muchas zonas, esta situación se tornaba peligrosa y polémica, al estar totalmente prohibida la prostitución. El trabajo sexual ha sido mal visto durante mucho tiempo, especialmente allí donde el puritanismo se ha hecho fuerte. Estados Unidos es un ejemplo perfecto en este sentido, ya que hay miles de prostitutas en todo el país que trabajan de forma ilegal. En esta misma nación, la prohibición de la prostitución amenazó con frenar también la prosperidad de algunas de esas nuevas ciudades mineras. Sin embargo, siempre se han buscado alternativas para sortear esa persecución, y permitir que la prostitución, como la vida, se abra camino. Las chicas trabajan en los bares y tabernas como camareras, oficialmente, pero luego también podían ofrecer servicios más íntimos a sus clientes.

El caso de Virginia City

Hay un caso paradigmático en Nevada, Estados Unidos, que viene a ejemplificar todo lo que contamos en este artículo. Se trata de la ciudad de Virginia City, que surge a mediados del siglo XIX en torno a las minas que se abren en la zona, y que atraen a cientos de mineros. Estos, obviamente, tenían sus necesidades, y una avispada madame se dio cuenta de que podía ganar mucho dinero en esta ciudad. Era Julia Bulette, que llegó a Virginia City desde California para colocar el primer burdel clandestino en la ciudad. Avezada, culta y muy hermosa, pronto hizo amistad con los mineros, que eran asiduos a su local, donde ofrecía a chicas muy elegantes y espectaculares.

Pero la historia de Julia Bulette llegó mucho más allá, convirtiéndose en una figura importante en el florecimiento de Virginia City. Su burdel estaba ya en boca de todos, y tanto las autoridades como la policía parecía tolerar su presencia. Se había ganado el afecto no solo de los mineros, sino también del cuerpo de bomberos, a los que ayudaba constantemente, y del resto de la población de la ciudad. Cuando falleció, asesinada en su propio dormitorio, la ciudad quedó consternada e incluso se llevó a cabo un día de luto oficial en su memoria. Una madame convertida en toda una celebridad, y en la protectora y amiga de los rudos mineros, porque era de las pocas empresarias que les apoyaba en sus luchas.